Hasta hace relativamente poco tiempo, la visión aceptada, basada en desarrollos psicoanalíticos y psicológicos de las diferentes personalidades, partía de una línea divisoria entre “creativos” y “no creativos”.
Los creativos serían personas naturalmente dotadas y por ende, capaces de desarrollar procesos innovadores y quiebres estructurales, mientras que el resto de los humanos serían, básicamente, los no creativos. Estos no solo correrían con desventajas a la hora de desarrollar estas cualidades, sino que su rol en la vida sería más bien el de apoyar con una visión más lógica la tarea del creativo.
Toda esta dicotomía estaba basada en la observación, un método clásico de desarrollo de teorías. El problema consistía en que la visión era muy subjetiva. De hecho, y hasta recientemente, el único órgano del cuerpo humano que no se podía someter a un profundo análisis objetivo sobre su funcionamiento era, justamente, el cerebro.
Una persona se fractura un hueso y se realiza una radiografía, una ecografía o una tomografía. Es posible “ver” lo que ocurre, diagnosticar y medicar de acuerdo a esa observación, y esperar un resultado que se puede monitorear de la misma manera.
En cambio, y hasta hace relativamente muy poco tiempo, la manera más utilizada para enterarnos qué era lo que estaba ocurriendo con el funcionamiento de un cerebro –de no existir una “falla” perceptible – era someter al sujeto a un análisis psicológico o psiquiátrico. El conocido “Por favor, recuéstese aquí y cuénteme lo que le anda pasando” tiene una limitante clara. Su resultado se basa en inferencias que realiza el profesional y no incluye una observación funcional estricta del cerebro y de la actividad neuronal.
En los últimos tiempos los avances, mayormente apoyados sobre grandes novedades tecnológicas, han permitido realizar progresos profundos sobre las características funcionales de nuestro cerebro. Y los resultados han sido, en muchos casos, sorprendentes.
Por ejemplo, por mucho tiempo se había generado una teoría que establecía que utilizábamos solo el 10% de nuestra capacidad cerebral. Los estudios objetivos encontraron que utilizamos, de hecho, la totalidad de nuestro cerebro pero con una enorme economía energética. Para ejemplificarlo podríamos decir que, de la misma manera que hoy tenemos procesadores de 8, 16 o más núcleos, y cada núcleo se especializa en una tarea, prendiéndose y apagándose a medida que delegan tareas para optimizar la velocidad de resolución y la energía utilizada, nuestro cerebro hace más o menos lo mismo. Con una utilización energética envidiable, realiza las más complejas tareas delegando en diferentes áreas labores específicas.
De la misma manera, se han encontrado algunas diferencias estructurales en los cerebros correspondientes a personas muy creativas, comparado a personas que naturalmente son menos creativas. Pero también se ha llegado a la conclusión que las diferencias no se encuentran tanto en el entramado íntimo de la estructura cerebral, que igualmente puede existir, sino más bien en la manera en el que la persona creativa utiliza su cerebro. Y se ha comprobado que la mayoría de ellas, son características que pueden adquirirse, y que por lo tanto, todos podemos ser más creativos sin importar si nacimos con esa facilidad o si debimos aprenderla.
Messi nació con ciertas ventajas sobre otros en términos de la sorprendente velocidad con la que su cerebro resuelve el laberinto de piernas en movimiento que se le presenta en un partido. Otros jugadores no poseen esa capacidad innata y por lo tanto debieron entrenarla, practicarla, y trabajar constantemente en la prueba y el error (cosa que alguien como Messi seguramente hizo también). Sin embargo logran ser profesionales del futbol, jugadores destacados y con nivel de selección.
Las destrezas se aprenden. Y la creatividad es, en cierto modo, una destreza más.
Practicar, probar, jugar, desestructurar, explorar y experimentar. Son todos conceptos que colaboran para que cada día podamos ser más creativos y son todas acciones que podemos emprender en nuestro camino de descubrimiento.
Hasta la próxima!
Ignacio
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