CREATIVIDAD
Un hecho que nunca deja de sorprenderme en los muchos años que llevo dando clases, talleres y charlas sobre liderazgo, creatividad, innovación y sobre la creación artística en particular, es la cantidad de gente que, habiendo pagado, o al menos invertido el tiempo en asistir a un seminario, transita la mayor parte de ese tiempo compartido haciendo… otra cosa.
Hoy en día lo más común es chatear por celular, pero puede ser también trabajar en la computadora (convencidos que esa “escucha en segundo plano” es idéntica a la participación formal), o simplemente demostrar que no están interesados poniendo aburridas caras de “esto ya lo sé”.
La verdad sea dicha, nunca me he dado por vencido con ninguno, y puedo señalar con cierto orgullo que la gran mayoría de ellos han salido estimulados por el intercambio de ideas y experiencias que finalmente se produce.
Pero la realidad indica también que ese hecho no es casual y que se origina ante la conjunción de una serie de elementos que lleva a personas, aparentemente interesadas en un tema en particular, a actuar de manera indiferente. Y esto no se limita a un curso, seminario, o actividad universitaria. En términos más generales también pasa en nuestra vida cotidiana. Desde una reunión de negocios hasta la charla técnica entre amigos antes del partido de fútbol, es una constante que siempre haya quienes, por diferentes motivos, miren todo “desde afuera”.
Las razones pueden ser muchas. En pos de la obtención de mejores resultados, y porque si sabemos lo que estamos haciendo tenemos muchas mejores posibilidades de resolver positivamente el tema en cuestión, les propongo que analicemos al menos 5 de las razones más comunes que yo he encontrado en mis seminarios, y que pueden llevar a una persona a desaprovechar su inversión en tiempo y dinero, o a encerrarse y perder oportunidades de adquirir nuevas destrezas laborales, sociales o emocionales:
- Vinimos a escuchar lo que queremos escuchar.
Es un hecho que a todos nos cuesta escuchar lo que nos dicen y la tendencia natural es a querer que nos digan lo que queremos escuchar. Nuestros egos son difíciles de manejar, y más si estamos en posiciones de mando en una organización o somos profesionales independientes, acostumbrados a dar directivas y no a recibirlas. Intuitivamente nuestra necesidad -y satisfacción- es la de tener razón más que la de encontrar la verdad, y eso se refleja en nuestras actitudes. A tal punto que es muy común rodearse de gente que nos diga siempre que sí. Para realmente abrirnos y aprender, es importante escuchar de verdad.
- Esto, en algún lado, ya lo vi.
Aunque nos cueste admitirlo, todos tenemos una vocecita que nos habla. No estamos locos, es un recurso muy normal. Pero lo peor que nos puede pasar es que la voz interior nos convenza que no hay nada nuevo en lo que estamos viendo. La realidad indica que todo proceso creativo es un remixado de ideas y posiciones ya existentes, modificado por nuestras experiencias personales, y en donde se pueden agregar elementos diversos. Es una recomposición de conceptos que genera algo novedoso. Y por lo tanto, es probable que muchas cosas nos traigan a la memoria otros conceptos parecidos que hemos visto en algún lado. La recomendación es la de no escuchar a la vocecita que nos pide que cerremos la cabeza. Démosle una oportunidad a lo que estamos recibiendo, y muy posiblemente nos sorprendamos con el resultado.
- Yo, yo, y yo.
En este mundo del Siglo XXI en el que el “yoismo” hace estragos, enfrentarnos con un proceso que requiere hablar más de “nosotros” y menos de “mi” claramente cuesta. Muchos cursos y libros sobre creatividad e innovación parecen hoy más compendios de autoayuda que enseñanzas sobre lo que implica verdaderamente el proceso creativo. Al menos como yo lo veo, y contrariamente a lo que se presume comúnmente, no es un proceso basado en una mente brillante y díscola que logra romper con el statu quo. Muy por el contrario, es un proceso grupal, casi comunitario, que incorpora enseñanzas ya existentes, las reconstituye, y genera nuevas propuestas con la participación de varios actores trabajando mancomunadamente (lo que no implica que se lleven bien, solo que sepan trabajar juntos). El aceptar que no se trata de “cómo hago yo, para estar mejor yo, para tener una mejor vida yo, y para ser exitoso yo” y que en cambio tiene más que ver con “cómo podemos hacer nosotros, para estar mejor nosotros, para generar ideas y propuestas que nos involucren a todos por el beneficio de muchos” es ya un buen comienzo.
- Yo escucho, pero no sé si lo entiendo o si me cierra. Después de todo, yo llegué hasta aquí sin necesidad de todo esto.
Para muchos la necesidad de ser más creativos, y por ende más flexibles, es una simple moda. Que desde la empresa, o el entorno laboral, le pidan -o incluso le obliguen- a hacer un taller sobre temas como estos les genera rechazo. Muchos se preguntan “¿Por qué cambiar? Encima yo no me considero una persona creativa”. Sin embargo, la realidad nos indica que todos somos creativos, y que canalizar esas destrezas de una manera más metódica en un mundo de paradigmas en constante flujo, nos permite optimizar lo que hacemos. Como no nos queda opción, nuestra “vocecita interior” nos termina convenciendo que dejemos de resistir y que simplemente escuchemos – así terminamos de una buena vez!-. Pero con escuchar solamente, nos quedamos a mitad de camino y por ende, el resultado puede no ser satisfactorio. Eso nos llevará a sentir que lo que recibimos no nos sirve y que es todo una pérdida de tiempo. El proceso de enseñanza pone sobre la mesa información. Esa información disponible debe ser absorbida. No hay absorción sin participación. Por eso, escuchar no basta, y contribuir es esencial para generar el cambio.
- Ya soy una persona grande. No voy a hacer eso.
El proceso creativo tiene en su centro una visión más lúdica de las cosas. Uno de los propósitos de mis seminarios y talleres es lograr que recuperemos “el niño interior”. Esa mirada inocente y despejada de vergüenzas, mandatos familiares, y temores es el camino más directo a reencontrarnos con nuestras capacidades perdidas. La resistencia, que en general es un temor “al qué dirán”, no nos permite participar. Para no sentirnos excluidos preferimos mirar lo que ocurre con ojos críticos, y el resultado final es muy poco enriquecedor. Somos grandes y podemos jugar, podemos reírnos, podemos participar, y podemos hacer el ridículo. Eso no nos convierte en personas “poco serias” (aunque en algún nivel espero que sí), si no que nos convierte en personas más completas y preparadas a explorar y explotar todas nuestras capacidades (las innatas, las estudiadas y las aprendidas casualmente a lo largo de nuestras vidas). Eso nos va a ayudar a ser personas menos frustradas, más creativas e innovadoras, demostrando liderazgos más naturales, y seguramente nos ayudará a ser también personas más completas, y por lo tanto, más felices.
Hasta la próxima!
Ignacio
©2016 by Ignacio Alperin Bruvera